Gabriel Baltazar

@gabrielbaltaza

 

En 1738 Daniel Bernoulli obsequió al mundo una fórmula que de ser bien empleada nos podría simplificar mucho la vida:

Para conocer el valor esperado de nuestras acciones, necesitamos multiplicar la probabilidad de que esa acción nos ayude a ganar algo, por el valor de dicha ganancia. [1]

Para los que no somos actuarios o economistas, tal vez esta fórmula suena ligeramente compleja, pero en realidad se trata de algo muy sencillo, se los voy a ilustrar con un ejemplo:

Si los invito a participar en un juego de volado, el ganador se llevará 10 pesos y para poder participar sólo hay que pagar 4. La mayoría aceptarían jugarlo, pues el valor esperado del juego es de 5 (10x.5), mientras que el costo de participar es 4.

Hasta este momento todo va bien, si tan sólo la mayoría de las decisiones que tomamos en la vida fueran tan sencillas como participar en un juego de volado… Lo cierto es que las personas nos equivocamos todo el tiempo al momento de calcular el valor esperado de nuestras acciones ¿A qué se debe esto? Simple, como diría el psicólogo social, Dan Gilbert:  “Las personas somos pésimas para calcular ambas cosas (la probabilidad de que una acción nos genere ganancias y el valor de esa ganancia).”

Ahora se preguntarán ¿Qué tiene que ver esto con el voto informado y el costo de ser buen ciudadano? Pues todo, tiene que ver todo.  El costo de informarse, es decir, la inversión que hacemos cuando pasamos tiempo leyendo, viendo el televisor, escuchando la radio es bastante alto; pues existe un costo de oportunidad, porque el tiempo, e inclusive dinero, que dedicamos a estas actividades lo podríamos emplear en otras, que nos podrían generar más placer (utilidad) y de forma más inmediata. Entonces ¿Cómo saber si vale la pena informarse para emitir un voto? O en otras palabras: ¿El valor esperado del voto informado, supera su costo?

Antes de responder a esta pregunta, me gustaría retomar a Gilbert, cuando habla  sobre los errores de cálculo que cometemos, estos son: errores al calcular la probabilidad de éxito en una acción y error al calcular el valor de dicha acción.

Para el primer caso, este psicólogo utiliza un ejemplo bastante ilustrativo: Cuando se le preguntó a un grupo de personas sobre el número de muertes al año por alguna de las siguientes causas: tornado, juegos pirotécnicos, asma y ahogamiento y se contrastaron sus estimados con la realidad, se obtuvieron estos resultados:

Estimado        Realidad

Tornado                                 564                    90

Juegos pirotécnicos            160                    6

Asma                                       506                    1886

Ahogamiento                        1684                   7780

 

¿Por qué los cálculos estimados se encuentran tan alejados de la realidad? Como dice Gilbert “¿Cuándo fue la última vez que tomaste un diario y el titular decía ‘Niño muere de asma’? Esto no es interesante porque es común.” Es decir, por un lado los medios tienden a mostrar noticias que llaman la atención, por ejemplo un niño muerto al explotar una “paloma gigante” o un pueblo arrasado por un tornado; y por el otro, nuestra mente suele registrar y recordar este tipo de sucesos más fácilmente, lo que hace que sobrevaloremos la posibilidad de que sucedan.

Si calcular las probabilidades del éxito de una acción es complicado, calcular la ganancia que obtendremos es un trabajo mucho más arduo.  En este caso también incurrimos en toda clase de errores, nuevamente Gilbert lo muestra con este ejemplo:

Si te plantean los siguientes problemas:

1) ¿Qué prefieres $50 ahora o $60 ahora? Fácil, la inmensa mayoría escogerían los $60, porque más es mejor que menos.

2) ¿Qué prefieres $60 ahora o $60 en un mes? También fácil, la mayoría escogerían los $60 ahora, porque  ahora es mejor que después.

3) ¿Qué prefieres $50 ahora o $60 en un mes? Ya no es tan fácil, este problema tipifica muchas situaciones en las cuales para ganar hay que esperar, pero se necesita ser paciente.

“¿Qué hace la gente en este tipo de situaciones? Bueno, la inmensa mayoría de la gente es extremadamente impaciente” Retomando nuestro ejemplo cuándo se le preguntó a la gente ¿Qué prefieres $50 ahora o $60 en un mes? La mayoría de la gente eligió $50, sin embargo, cuando se modificó un poco el planteamiento y se les preguntó ¿Qué prefieres $50 en 12 meses o $60 en 13 meses? La mayoría se decidió por la última opción, sin importarles esperar un mes más, con tal de recibir los $10 extra.

¿Qué genera estas inconsistencias? “Comparaciones. Problemas al momento de comparar.”

En el caso del voto informado debemos determinar cuál es la acción esperada; creo que podemos partir del supuesto de que cualquiera que se informe para decidir su voto tiene la expectativa de elegir al mejor candidato –aquel que represente mejor sus intereses o los de la comunidad–; habrá quien se conforme con esto, pero lo más probable es que se tenga la expectativa de que el candidato que eligió gané y por último, habrá quien se informó para votar por el mejor candidato, con la expectativa de que éste gane y además, que cumpla con sus propuestas.

Entonces, ¿Cómo calcular la probabilidades de ganar que tiene el  candidato por el cual votamos? Las encuestas son información útil, por ejemplo, valga la redundancia, para efectuar “un voto útil”, es decir votar por aquel candidato que mejor represente tus intereses y que tenga verdaderas posibilidades de ganar.

Luego, ¿Cómo calcular la probabilidad de que el candidato por el cual votaremos, en caso de ganar, cumpla sus propuestas de campaña? Esto parece aún más problemático. Como consecuencia, al llegar a este punto suele manifestarse de forma más clara la apatía de los electores “¿Para qué votar si los políticos nunca cumplen, si son unos corruptos y ladrones?” Es decir, cuando tratamos de calcular las probabilidades de que un candidato cumpla con sus propuestas, sucede lo mismo que con el niño muerto al explotar una paloma o el pueblo arrasado por un tornado; recordamos inmediatamente los casos de políticos corruptos, ladrones, cínicos y sobre todo, incumplidos; lo que genera errores en el cálculo probabilístico. No es mi intención defender a ningún político (eso que lo hagan ellos) y creo que quienes piensan así tienen motivos muy válidos, simplemente creo que las cosas pueden cambiar (no por iniciativa de ellos, sino por iniciativa de la ciudadanía.) Aquí es útil informarnos sobre la experiencia previa de los candidatos, sobre sus gestiones, si es que las tienen, y también, por el desempeño histórico de sus partidos.

Dado lo anterior, resulta complicado calcular con certidumbre que el candidato por el que votamos ganará y mucho más complicado si el candidato por el cual votamos, cumplirá sus propuestas de campaña; aunque hay información disponible que resulta conveniente para hacer un aproximado de los anteriores. Sin embargo, hay algo que podemos conocer con mayor certeza, y esto es, que el candidato por el cual votamos es aquel que mejor representa nuestros intereses. Para ello hay que conocer las propuestas de los candidatos, contrastarlas, preguntarles, ver cómo interactúan (debaten).

Calcular la ganancia que obtenemos mediante un voto informado, bueno, eso es aún más complicado.  Como dijimos antes ­–en términos generales– lo que se busca al emitir un voto informado, es elegir al candidato que mejor representa tus intereses o los de la comunidad.

¿Cuánto vale elegir el mejor candidato? Recordemos los errores en que frecuentemente incurrimos, por nuestra impaciencia; calcular cuánto vale informarte para elegir un candidato, cuando las campañas empiezan 6 meses antes de la elección y el cargo lo habrán de ocupar 4 meses después de elección; es una inversión a largo plazo. No ver resultados inmediatos, o próximos, sino tener que esperar muchos meses para observar algún resultado requiere de mucha paciencia y simplemente no la tenemos.

Informarse para emitir un voto es costoso, no hay duda; acudir a las fuentes y hacerte de la información, sobre todo cuando no se dispone de mucho tiempo libre, tiene un alto costo de oportunidad. Aunado a esto, si tomamos en cuenta que los partidos políticos, que deberían funcionar como “marcas”, que nos permitan diferenciar entre ellos, tienen graves inconsistencias –ya que han fallado en mantener propuestas en materia de políticas públicas que perduren en el tiempo, realizan las alianzas más inverosímiles con partidos de oposición y admiten en sus filas a quienes antes calificaron de enemigos políticos– que confunden a los electores, generan incertidumbre y aumentan los costos de mantenerse bien informado.

Por el contrario emplear ese tiempo y dinero en otras actividades, que pueden ser más productivas desde la perspectiva laboral o educativa –hay quien simplemente no dispone de mucho tiempo libre– o más placenteras, recreativas o descanso –en caso de quien sí dispone de tiempo libre– parece generar más utilidad y de forma inmediata. A estas alturas, si contrastamos la utilidad que nos genera informarnos para elegir el mejor candidato que luce tan distante, con la inmediatez de la utilidad de otras actividades, no hay mayor duda sobre quien pinta como favorito.

No obstante la complejidad de su cálculo, el voto informado sí tiene un valor, tanto intrínseco, como instrumental. El valor intrínseco es aquel que la acción misma de informarse para votar trae aparejado,  esto es, en la medida de lo posible nos informamos –aún a expensas de sacrificar placer inmediato– porque hacerlo ayuda a construir ciudadanía y a mejorar la calidad de la democracia. Por su parte, el valor instrumental, lo podemos apreciar en dos dimensiones: aquel que recibimos cuando elegimos el candidato cuyas propuestas mejor respondan a nuestros intereses y aquel que existe, aún si el candidato por el que voté es derrotado, pues también conozco las propuestas del candidato vencedor y en esa medida puedo ser parte de la sociedad civil que demanda y exige su cumplimiento.

 

En vista de lo anterior y regresando a nuestra pregunta ¿El valor esperado del voto informado, supera su costo? Me atrevo a decir que sí; me explico:

Esto es así porque una decisión de esta naturaleza, escoger un candidato –particularmente un candidato a la presidencia de la república– tiene notables consecuencias; estar bien informado y escoger el mejor candidato quien ejercerá el poder los siguientes 6 años, como vimos, tiene un alto valor. Si logramos superar los errores de cálculo, aquellos que tienen que ver con la probabilidad de éxito de nuestra acción y aquellos que tienen que ver con la ganancia de nuestra acción, y utilizamos herramientas que permiten reducir considerablemente los costos y el tiempo de mantenerse bien informado, por ejemplo, las redes sociales –principalmente Twitter por su economía del lenguaje– y las plataformas que recopilan y contrastan propuestas; nos daremos cuenta que el valor esperado del voto informado es superior a su costo.

Como dice Dan Gilbert “subestimamos las probabilidades de dolores futuros y sobrestimamos el valor de los placeres presentes.” Espero pues que en esta ocasión evitemos dolores futuros y renunciemos un poco a placeres presentes, nos informemos y votemos.

Por un voto informado.

 


[1] Cuando pedí al licenciado en economía por el CIDE, Patrizio di Toma, que revisará este artículo -con toda razón- me señaló:  “Una de las más grandes contribuciones de Bernoulli fue percatarse de que el valor esperado no sirve para medir las decisiones de una persona (si quieres saber más de esto busca la paradoja de San Petersburgo, yo aquí te cuento cómo la resolvió). Dado que el valor esperado no sirve para la toma de decisiones hay que usar la utilidad esperada, que es básicamente lo mismo, sólo que no ponderas el valor de la acción (por decir, 5 pesos) sino la utilidad que da ese valor (qué tanto me sirven 5 pesos) y así fue como nació la función de utilidad.” Aún así decidimos publicar este artículo utilizando la fórmula de valor esperado, como lo hace Dan Gilbert en su charla en TED, por ser este concepto mucho más familiar a los no economistas, que el de utilidad. Creemos que el argumento se sostiene, no obstante Patrizio di Toma se encuentra preparando un artículo sobre el tema.